La decisión nace en el momento en que salimos de la duda, esto es de la no-vida, del mental que nos impide avanzar y tomar caminos que nos lleven a experimentar la vida, a expresar lo que debe ser expresado, más allá de resultados, de esperanzas, de miedos, de futuros, lo importante no es acertar, sino caminar.
El que se moja para cruzar el río sabe de temperaturas y de sensaciones, de corrientes y remolinos, pero el que no se acaba de decidir por el río o por el puente, se queda en un estado de letargo en dónde el miedo le succiona la energía vital y el muro de dudas le oscurece la vista. Mientras haya acción de vida no habrá equivocación posible, será la experiencia y lo aprendido lo que acumulará nuestro Ser. En el desierto de lo experiencial lo bueno y lo malo, el éxito y el fracaso, lo mejor y lo peor, son simples espejismos que por un momento nos pueden confundir pero que en cuanto levantamos los ojos se desvanecen como humo.
Con la decisión se despliega el Uno, el principio, la fuerza creadora con todo su potencial vibrante y realizador, a partir de ese momento tomamos partido y las posibilidades se expanden, todo se dilata. La decisión consciente es una fuerza que activa la fuerza en el ser humano, que la moviliza y la pone en acción generando una energía poderosa capaz de cualquier cosa.
El acto de avanzar hacia una dirección pone en marcha los mecanismos de cambio, comunicando con nuevas estructuras energéticas y por lo tanto con aspectos de vida nuevos.
Se dice que es el Creador el que decide experienciar su propia creación a través de sus criaturas, eso nos muestra que el acto de decidir es un acto creador y que forma parte de nuestra naturaleza más espiritual.